El precio de los sueños

Estos primeros meses del año han sido muy ilusionantes. Estrenar mi espacio, mi primer estudio, ha supuesto un importante paso para mí.

Por fin, después de muchos años, el trabajo ya está fuera de casa y eso me hace poder conciliarlo mejor con mi vida familiar. Ya no pongo lavadoras mientras edito fotos o hago una sopa mientras descargo una tarjeta. Ya mi hija no juega a mi alrededor mientras yo maqueto un libro para mis clientes.

Lo que para la mayoría es lo habitual, para mí es un motivo de alegría.

Durante muchos años, mi vida y mi trabajo han estado mezclados, trenzados, enredados. Es lo que pasa cuando tu trabajo es tu pasión. No hay límites y, a veces, la falta de límites te conduce al desequilibrio.

Desde que mi trabajo duerme fuera de casa, estar en casa significa jugar, hacer tareas, cocinar, perder el tiempo, charlar, marujear… Y cuando estoy en mi estudio, estoy plenamente centrada en mi trabajo.

Estoy feliz de poder llegar cada mañana a mi espacio, abrir mis ventanales y escuchar a los pajaritos de la Plaza. Sentarme y preparar mi día. Las visitas que tendré. Los trabajos que tengo que editar. Las sesiones que tengo que organizar. Los pedidos que he empaquetar.

Estoy satisfecha de ver que poco a poco voy recogiendo los frutos de todo mi esfuerzo.

Esta es una carrera de fondo. Los impacientes se van quedando por el camino. Desde que empecé supe que no había que tener prisas, sólo saber a donde quieres ir y disfrutar del viaje.

Hay que saber que nos caeremos muchas veces, pero que también nos volveremos a levantar. Que aprenderemos de los errores y que saldremos reforzados.

Perseguir sueños sale caro, pero es el precio que hay que pagar por ser el dueño de tu destino.

Yo sigo invirtiendo en ser feliz.

¿Y tú? ¿Llevas las riendas de tu vida?